Como suele ocurrir en nuestros Talleres Breves, también esta vez se nos quedó corto el tiempo. Justo cuando más subían los ánimos para debatir sobre el interesante caso de Galileo y la relación entre ciencia y fe, el reloj ya marcaba el final; y, aunque tiempo y espacio son categorías relativas, había que terminar. En la primera mitad del Taller, Pablo de Felipe nos presentó una serie de diferentes cosmovisiones que a lo largo de los siglos habían puesto de manifiesto la gran creatividad del imaginario humano para describir el mundo en el que se pensaba vivir. En muchos de ellos se trataba de intentos de compaginar las rutinarias observaciones astronómicas con datos bíblicos o mitológicos leídas e interpretadas "científicamente"...
El doctor en Bioquímica nos condujo por una interesante historia en la que el avance científico corregía paulatinamente el imaginario de nuestro mundo. Esta amplia introducción nos sirvió de contexto para profundizar, en la segunda mitad, en el caso concreto de Galileo (1564-1642).
Pablo de Felipe nos presentó brevemente la vida y la obra de Galileo, desmintiendo de paso algunos mitos populares sobre él. Todo ello sirvió para discutir en dos grupos de trabajo, por un lado las conclusiones para la relación entre ciencia y fe, y por otro lado, las implicaciones antropológicas, es decir, el nuevo "puesto" del hombre en una cosmovisión meramente científica.
Sin querer reducir las muchas aportaciones y reflexiones por parte de los participantes, las dos grandes conclusiones de este Taller se podrían resumir como sigue: ciencia y fe son dos disciplinas diferentes que conviene separar. La ciencia busca responder a la pregunta a través del cómo y en principio se comporta neutral ante la religión. Ésta última busca responder a las preguntas y búsquedas humanas a través del sentido y la trascendencia de la vida, el porqué y el para qué de la vida humana. Una dimensión que la ciencia es incapaz de responder. La segunda conclusión, relacionada con el "puesto" del ser humano en el mundo, entiende la necesidad de una lectura científica de los relatos de creación en un tiempo pre-científico. Con ello, el ser humano convertía su espacio vital y su propia existencia en el centro de la acción y del amor de Dios. Pero en la medida en que ha sido posible "explicar" el origen de nuestro mundo y las causas de los acontecimientos naturales, la experiencia de Dios se ve desplazada al lugar que de verdad le corresponde, al alma humana. En este sentido, el avance de la ciencia no ha destruido la fe, sino que ha ayudado a otorgarle a la religión su verdadero espacio: la mediación entre el alma humana y aquella última dimensión a la que nos remitimos y que llamamos Dios.